Una mujer inolvidable "Hacia mucho tiempo que no leía un libro tan bello y conmovedor como Madre que estás en los cielos, de Pablo Simonetti". La novela es la historia de Julia Bartolini, una mujer chilena, de setenta y siete años, hija de inmigrantes italianos, que, apenas descubre que tiene cáncer y se resigna a que la muerte es inminente, siente la urgencia de contar su vida, y su vida es naturalmente la de su amada familia más que la de ella misma. La de sus padres que se quieren de una manera extraña y distante, la de su esposo, Alberto Sartori, a quien, venciendo ciertas resistencias, aprende a amar y ve prosperar y luego languidecer, víctima de una enfermedad. Y en particular las de sus cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres, a quienes se entrega sin reservas, generosamente, con pareja devoción, procurando siempre preservar la armonía familiar, sembrando la idea del perdón y la reconciliación allí donde hay -como es inevitable en toda familia- enconos, rencores y desencuentros, redoblando esfuerzos para comprender la singularidad de cada uno de sus hijos y los enormes desafíos que ellos plantean en su natural aspiración a ser felices sin someterse a la visión a veces equivocada de sus padres y, sobre todo, luchando hasta el final para que una cierta grandeza moral prevalezca en el corazón de las personas que ella ama de esa manera tan hermosa y desmesurada, así como en su propio, fatigado corazón. No son pocos los momentos en que, embrujado por la saga familiar de los Bartolini y los Sartori en Chile -unas peripecias sentimentales que el autor narra con prosa elegante y sosegada-, me he sentido estremecido como las grandes novelas pueden hacerlo, por ejemplo cuando Julia ve a su padre con otra mujer en un tranvía y comprende por qué sus padres no duermen juntos, o cuando su esposo, Alberto, sufre una crisis de salud en Amsterdam y la agrede sin razón y se deshace antes sus ojos atribulados. O cuando su hijo Andrés, el menor de todos, rompe a llorar porque su padre no lo deja hablar en la mesa familiar, o cuando su hija María Teresa, díscola y rebelde, anuncia que se casara con el hombre prohibido, o cuando ella, Julia, madre ejemplar, acude a escondidas de su marido a esa boda, o cuando se pelea con su amiga Sara, profesora de piano, o cuando revela con angustia su incapacidad de gozar en la intimidad con su marido, o cuando aprende a perdonar a su padre después de tantas heridas y también a Oriana, la amante de su padre, a cuyos funerales acude con generosa sabiduría, pero especialmente, y creo que estos son los pasajes más memorables de la novela, cuando su hijo Andrés le confiesa llorando que es homosexual y ella lo abraza con tanta ternura como desolación. Poco antes de morir habla por teléfono con Bill, el novio de Andrés, y le pide que cuando ella ya no esté, cuide siempre a su hijo: éste sin duda el momento que más me conmovió, tal vez por que sentí que en ese instante inolvidable Julia Bartolini da una lección de lo que verdaderamente es el amor y logra emanciparse de ciertos prejuicios y servidumbres que lastraban su capacidad de amar. Madre que Estás en los Cielos es una gran novela, la novela de un escritor que ya había revelado talento y sensibilidad en los cuentos inquietantes de Vidas Vulnerables y que ahora, desde las colinas boscosas de Zapallar, donde, tolerando a ciertos vecinos bulliciosos, se recluye a batallar con los fantasmas y demonios que excitan su imaginación, nos ha regalado esta obra maestra. |
Retratos de familia En su primera novela, Pablo Simonetti demuestra agudeza y sensibilidad, su prosa es inteligente aunque a ratos monocorde. Madre que estás en los cielos, primera novela de Pablo Simonetti, es considerada superior a Vidas Vulnerables (1999), su anterior conjunto de cuentos, y demuestra, una vez más, que ciertos modelos literarios tradicionales son infalibles. En este caso, ellos se expresan en una hábil historia de familia, la inminencia de la muerte, acompañada por el deseo de dejar un testimonio del pasado y personajes verosímiles, individuos de carne y hueso, cuyas vidas se nos presentan bajo la óptica, exclusiva y excluyente, aunque contradictoria, del narrador o narradora. El resultado de estos recursos depende, claro está, del talento del autor y de la forma en que los utiliza. Simonetti posee agudeza y sensibilidad, su prosa es inteligente, hay capítulos notables y, en general, Madre... es un libro bien escrito. El punto de partida de la ficción es, como ya lo insinuamos, una noticia funesta: Julia, viuda, madre de cuatro hijos y abuela de varios nietos, padece de un cáncer terminal. En lugar de someterse a las terapias habituales, decide ocupar el tiempo que le resta para componer sus reminiscencias, justificando errores que cometió, recordando sus orígenes, evocando una era fenecida -el Santiago de los tranvías, las viejas tiendas como Gath & Chavez, los almacenes de barrio-, en suma, haciendo un esfuerzo, a veces sobrehumano, para equilibrar la balanza en su favor o, al menos dejar a sus herederos un legado de verdad. De rígida formación católica, perteneciente a una generación en la cual las mujeres no estudiaban, encerrada entre los prejuicios de la colonia italiana de la primera mitad del siglo pasado, Julia acepta su destino de matrona y esposa con alegría, pero al estar dotada de perspicacia, discernimiento y cultura, sufre los desgarramientos de su condición femenina. Peor aún, siendo tan lúcida, termina por engañarse a si misma y sólo al final logra ver la realidad, conquistando, de algún modo, la reconciliación de sus seres queridos. De más está decirlo, la riqueza de este carácter empaña un tanto a los otros: Alberto, un marido empresario demasiado ególatra; Juan Alberto, el primogénito aprovechador; María del Pilar, casi una sombra, y los rebeldes, María Teresa, explosiva, revolucionaria, casada con un partidario de la teología de la liberación y Andrés, un arquitecto homosexual. En torno a estos y numerosos actores secundarios, se teje la red social que Julia intenta controlar y que fatalmente se le escapa de las manos: amantes, concubinas, empleadas, jardineros, amigos, parientes, relaciones. Hay episodios valiosos y finos -el circulo intelectual de la profesora de música Sara Fischer-, hay pasajes conmovedores -la conversación de Julia con Bill, pareja de Andrés- y hay, además momentos melodramáticos, como súbitas revelaciones o fúnebres encuentros después de muchos años. El estilo de Simonetti es refinado, minucioso, quizá algo sobreactuado y aun cuando sea un buen instrumento para interpretar a alguien tan complejo como Julia, puede reprochársele lo mismo que ella critica en Andrés: “Hablas en términos elaborados de algo tan sencillo. Yo también he sufrido el terror al abandono, la inseguridad, la pérdida de la identidad”. De aquí deriva, tal vez, un problema más serio: la pechoñería de Julia es poco creíble, su tendencia a escandalizarse es antagónica con sus conocimientos, la repetición de rezos y oraciones parece fuera de sitio y no consigue hermanar esa beatería con la amplitud y altura de miras de quien es capaz de comportarse como una sabia. Las páginas de Madre..., redactadas por la protagonista, son clarividentes, sutiles, de un ingenio a ratos monocorde; por si eso fuera un pecado, Simonetti reitera las plegarias, avemarías, rosarios. Madre... puede resumirse en las extraordinarias palabras de la heroína al revisar su propio texto: “En especial, quisiera que después de muerta, apagado el pudor, mis hijos leyeran estas memorias. Por supuesto que de ellos no espero un reconocimientos literario, mas bien creo que es la manera de quedarme un tiempo más a su lado, una artimaña desesperada para que no me olviden”. |
La madre de todos Como dice la periodista Ximena Gómez, no se puede saber a ciencia cierta de qué “cepa” literaria es Pablo Simonetti. Ciudadano atípico, que estudió Ingeniería Civil Industrial en la Universidad Católica, a lo que luego sumó un master en Estados Unidos, este prometedor destino lo dejó de un día para otro, el año 96, para lanzarse a escribir. No iba mal encaminado, al año siguiente ganó el concurso de cuentos de la revista “Paula” con “Santa Lucía”, mientras que con este “Madre que estás en los cielos” ya lleva sobre 35 semanas en el ranking de los más vendidos de la “Revista de Libros” de “El Mercurio”, éxito comercial al que se suma buena crítica y el pronto lanzamiento de una primera edición por parte de Planeta Argentina. ¿Por qué tanto ruido? La historia es simple y a la vez compleja, cuidada en sus detalles más diminutos, transparente, envolvente, emotiva e inteligente, desplegándose a través del recuento que hace de su vida una mujer de 70 y tantos años mientras espera la muerte a causa de una enfermedad terminal. Julia intenta saber qué falló en su intento de formar una familia feliz. Para eso recorre ciertos hitos de su adolescencia y de la relación con sus padres y en un modo sutil y casi perfecto para cualquier psicólogo que se dé la tarea de bucear el libro, logra relacionarlos con los graves problemas que tuvo con sus hijos. Uno de ellos es homosexual, y el otro, una mujer rebelde que no responde a los patrones de comportamiento que esta madre enferma y lúcida y también confusa hubiera esperado inculcarle. Simonetti tiene un pluma honesta, sensible y bien estructurada, que le permite con gracia y sensibilidad realizar un retrato de la familia chilena, con sus tabúes y liberaciones y con la misma profundidad -aunque aún no es posible hablar de maestría- que alguna vez no lo hizo Donoso. Uno de los elementos a destacar es su elección -difícil- de tomar la primera voz de Julia, una decisión literaria con la que consiguió una pasmosa cercanía había la reflexión interna de ella acerca de la vida. “No me interesaba la historia en sí misma, pura, no me parecía lo suficientemente interesante. Me parecía que era mucho más interesante cómo ella veía esa historia, cuál era la persona afectiva, emocional, en esta mujer” dijo por ahí el mismo Simonetti, que desde septiembre pasado no para de ser sujeto de entrevistas, algo atribulado, contento e inquieto a la vez. Escrito en tercera persona, el libro habría perdido la mitad de su fuerza. La inmediatez del presente que ella está viviendo, en cambio, la pone al límite y así despierta un interés mayor durante la lectura. Julia es la madre de cualquiera, la madre de todos, aquélla que necesitamos, bendecimos o maldecimos, una vez que se va al cielo o al infierno, y aun antes, mucho antes. Simonetti la encontró como un personaje casi acabado, al morir su propia madre, aún cuando ésta pareció no estar nunca al borde de la muerte. Julia sí y desde ahí nos habla desde ese estado extraño en que más que quejarse de tales o cuales dolores, sirve para revolverse entre las sábanas preguntándose una y otra vez qué falló, por qué aquello que se quería hacer tan bien , salió tan mal. |
Madre que estás en los cielos Parafraseando una publicidad del Metro de Santiago, esa de los niños que aguantan la respiración al momento de pasar bajo el Mapocho, podríamos decir que darle voz, cuerpo y biografía a una mujer chilena no era un límite, solo un desafío a la espera de ser superado. Lograr sinceridad, hondura y sobre todo un rumor que nos cautive. Imposible no recordar las palabras de Marguerite Yourcenar: “Basta con que una mujer cuente sobre sí misma para que de inmediato se le reproche que no es mujer”. Madre que estás en los cielos, de Pablo Simonetti, cruzó el río con éxito. Citar a la Yourcenar en esta reseña no es baladí. Tampoco lo es nombrar el título de su obra más conocida, Memorias de Adriano. En efecto, el modelo elegido en dicho libro parece ser el que inspira la factura de Madre que estás en los cielos y la creación de Julia Bartolini, su personaje central, cuya mirada examina los derroteros de la vida que le tocó vivir, e incluida en ésta, la de sus padres, abuelos, esposo e hijos. Una voz serena, a veces fría y distante, otras un eco de desagarro y dolor. Una voz culta que nos conmueve pulsando las cuerdas de la asertividad y el sentimiento con sabiduría y elegancia. Simonetti crea una voz personal, sin intermediarios. Y, parafraseando ahora a la propia Yourcenar, Julia podría de este modo hablar de su vida con más firmeza y más sutileza que el propio autor. Madre que estás en los cielos posee la virtud de eclipsar la figura de su artífice. Pareciera que Julia Bartolini existe y Pablo Simonetti no es más que su heterónimo, el disfraz bajo el cual se oculta. Entonces, leemos las memorias de una mujer de 77 años, católica, viuda y que está muriendo de cáncer; hija de padre italiano y de madre chilena, que vivió su infancia cerca de plaza Italia; que se casó con otro hijo de inmigrantes italianos, Alberto Sartori, y juntos fundaron una familia. Se enriquecieron gracias a la actividad empresarial de Alberto y se afincaron en Vitacura, a comienzos de los 50. Educaron a sus hijos en los más prestigiosos y selectos colegios de Santiago, aquellos donde la clase alta chilena ha educado por años a su descendencia. Ganaron respetabilidad, honorabilidad, alcurnia. Sin embargo, bajo esa pátina de respeto, la familia feliz que Julia soñó construir fue desgarrándose a lo largo de los años en los vanos de la incomprensión, la ignorancia, el desamor y el egoísmo. Así, Julia vive sus últimos días atravesada por los dolores y sufrimientos que le inflige el cáncer. Pero su aplomo es tal que no sólo se limita a sobrellevar su enfermedad que inevitablemente le arrebatará la vida, sino que también le da el coraje de “ entrar en la muerte con los ojos abiertos…” Abiertos para contemplar su historia y la de su familia, reconociendo los secretos y los errores que provocaron quiebres irreparables y tanto sufrimiento a los suyos; soportando dolores tan hondos con la firme convicción de ser madre de todos sus hijos hasta sus últimos días. Pues son estos, ya adultos, quienes sufrieron el peso de una trama familiar que sólo les reclamaba ejemplaridad. Unos, aparentemente la obtuvieron; otros, recibieron castigo por sus diferencias. La rebeldía de su hija y la homosexualidad de otro han sido su mayor calvario. Y también su oportunidad de redención y la de sus hijos. Pero la señora Bartolini no existe, su nombre no figura en ninguna partida del Registro Civil. Sin embargo, es tan verdadera como ficticia; su relato, tan íntimo como vívido de una sucesión de épocas que colorearon los últimos setenta años de la historia de Chile. Tanto mas ficticia es Julia Bartolini, más reales y hondas las verdades que ella nos revela. Es preciso, entonces, volver a Pablo Simonetti. Ingeniero de profesión, su biografía discurrió durante años por los derroteros de los números y las decisiones gerenciales, hasta que en 1996 su cuento Fornoni resultó finalista en el concurso que convoca la revista Paula. Al año siguiente, otro cuento suyo, Santa Lucía, obtiene el primer premio. En 1999 publica Vidas vulnerables, su primer y hasta entonces único libro. Qué lo gatilló en su minuto a dejar el mundo aritmético, lo ignoramos. Sin embargo, la incógnita no importa mucho. Sólo importan los nuevos relatos que desde ya podemos esperar de él. Con esta novela, señor Simonetti, ha demostrado que escribir vale la pena. |